Por ROSARIO ESPINAL
La Carta Pastoral del Episcopado
Dominicano con motivo del Día de La Altagracia se dedicó a resaltar la
importancia de la familia.
Sin duda, la familia es
fundamental en todo conglomerado humano y ha existido en todas las sociedades
de las que hay registro histórico. Lo que no ha existido, a pesar del mito en
contrario, es un solo estilo de familia funcional.
En las sociedades agrarias
predominó la familia extendida, y con la industrialización y la urbanización se
afincó la llamada familia nuclear de pocos miembros. Luego, con el desarrollo
de la clase media y las expectativas de mejoría de vida e igualdad, se transformó
la noción de que el hombre era el único proveedor material, y las mujeres se
insertaron a la vida laboral.
Por largo tiempo, las familias
pobres han estado sometidas al embate del machismo y la vulnerabilidad
económica. Muchas mujeres pobres, y es común en la sociedad dominicana,
intentan encontrar un marido estable que sostenga la familia, pero con
frecuencia fracasan, y terminan solas en familias monoparental eso con ayuda de
familiares. Liberados de ofrecer sustento, muchos hombres procrean hijos con
varias mujeres y no asumen responsabilidades.
En las capas medias, la
existencia del servicio doméstico (una expresión laboral de la pobreza
femenina) contribuye a la crianza de los hijos sin que los hombres tengan que
asumir grandes tareas domésticas. Cuando se produce una separación, la madre y
la doméstica generalmente asumen la crianza de los hijos. Estas familias son
también monoparentales.
Piénselo usted: ¿cuántas familias
conoce encabezadas por una mujer sola, y cuántas conoce encabezadas por un
hombre solo?
Desde el punto de vista material
y logístico, es más fácil que dos o más adultos críen los niños. Por eso en
muchas sociedades agrarias existían las familias extendidas, donde padres,
abuelos y hasta vecinos participaban en la crianza. Pero esas sociedades van
desapareciendo, y los tiempos nuevos traen realidades nuevas que hay que
enfrentar con sus bondades y dificultades.
En una isla pequeña como ésta con
dos países superpoblados, debería preocupar que la Carta Pastoral critique el
uso de anticonceptivos sin llamar al control de la natalidad. Con 20 millones
en conjunto, ¿cuál será la población de República Dominicana y Haití dentro de
varios años sin anticonceptivos? Los pobres procrean más por la falta de
conocimientos y servicios, y a su vez, la procreación, sobre todo a temprana
edad, dificulta más la movilidad social.
Sorprende que la Carta Pastoral
insistiera en que el matrimonio es entre un hombre y una mujer cuando en
República Dominicana éste ni siquiera es tema de debate oficial por el
predominio de la homofobia. Tal insistencia contribuye a aumentar la
animadversión hacia los homosexuales, un grupo discriminado que no necesita más
“bastonazos inquisitorios”, para usar una expresión del papa Francisco.
Pero lo que más llama la atención
es que siendo la Carta Pastoral sobre la familia, el Episcopado Dominicano
omitiera por completo los casos recientes de abuso sexual a muchachos y
muchachas por tres sacerdotes, entre ellos, el ex nuncio. Sólo entre 2011 y
2012, el Vaticano reportó haber expulsado unos 400 sacerdotes en el mundo por
tal motivo, y el Papa se refirió al tema hace unos días como una vergüenza para
la Iglesia
La ausencia en los últimos meses
de una postura pública y contundente del Episcopado Dominicano de apego a la
verdad y la justicia ante los delitos cometidos, agrava el daño a los jóvenesy
socava la confianza de las familias que esperan de los sacerdotes educación en
valores positivos, no abusos.
LA AUTORA es socióloga,
politóloga y profesora universitaria. Reside en Santo Domingo.
La Carta Pastoral: lo que omitió
Reviewed by Emma Pérez
on
enero 22, 2014
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