Santo
Domingo. La Conferencia del Episcopado Dominicano (CED) fustigó este miércoles,
según indicaron, el clientelismo imperante en el sistema político dominicano,
que deja como consecuencia el fantasma de la reelección y el derroche de los
recursos del Estado.
Al
emitir la Carta Pastoral con motivo de las fiestas patrias por la Independencia
Nacional, los obispos católicos clamaron por la aprobación de la Ley de
Partidos y por la creación de un
proyecto de nación consensuado por todos las organizaciones políticas.
"Los
ciudadanos deben participar en movimientos de reivindicaciones sociales y pedir
que Loma Miranda sea declarada parque nacional", exhortaron.
A
continuación el texto íntegro difundido por los prelados:
EL
VALOR DE LA VIDA POLÍTICA
I. Introducción
1. En este 170 aniversario de nuestra
Independencia Nacional y teniendo como marco de referencia el testimonio y los
ideales del Ilustre Patricio Juan Pablo Duarte, figura principal de la misma, y
de quien acabamos de celebrar el bicentenario de su nacimiento, queremos
reflexionar con nuestro pueblo, especialmente con todos los hombres y mujeres
de buena voluntad, sobre el tema del valor de la vida política, de la que el
mismo Duarte decía que después de la filosofía era la ciencia más noble[1], y haciendo
nuestra sus señeras palabras tan actuales en estos momentos, como si el tiempo
se hubiera detenido, cuando al ver la situación de su país, expresaba con
entereza y firmeza: “nunca me fue tan necesario, como hoy, el tener salud,
corazón y juicio, hoy que hombres sin juicio y sin corazón conspiran contra la
salud de la Patria”[2].
2. Aprovechamos la oportunidad del
momento, que no estamos muy condicionados por la emoción y el apasionamiento
que crea el activismo político en tiempo electoral, para reflexionar sobre la
importancia y la esencia de la política, como ciencia fundamental para el
desarrollo y la construcción de la paz social. Hablar de la política es hablar
del ser humano y de la sociedad, que deben ser el centro de la misma. Compartimos
como válida la reflexión que nos hace el filósofo español Fernando Savater
cuando nos invita a mirar a nuestro alrededor y nos hace la pregunta “¿qué ves?
¿el cielo donde brilla el sol o flotan las nubes, árboles, montañas, ríos,
fieras, el ancho mar…?”[3], dependiendo donde estamos, para luego decirnos que
de todas las miradas hay una que es muy cercana y familiar que es la persona
humana[4].
3. Previo a esa mirada a la que nos invita
Savater, ya tenemos nuestra identidad, porque al nacer lo primero que
contemplamos es la sonrisa materna, el rostro de satisfacción del padre y la
imagen del rostro de los demás y la riqueza de nuestro entorno, que es lo que
implica entrar en nuestro mundo y en nuestra sociedad. Todos nacemos en una
sociedad y en una cultura determinada. Esa sociedad es la que da forma a
nuestra mente, a nuestro lenguaje, costumbres, obligaciones y leyes que nos
rigen, lo que nos define como “animal social”, al decir de Aristóteles.
4. El ser humano además de ser social, es
cívico y político, es decir, es capaz de construir diversas formas de
sociedades y de transformarlas a la vez. Obedecemos las normas o leyes de
nuestro grupo, pero también nos rebelamos y las desobedecemos cuando se aplican
con arbitrariedad, por eso dirá el filósofo alemán Emmanuel Kant que somos
“insocialmente sociables”[5], lo cual significa que nuestra forma de vivir en
sociedad, no es sólo obedecer y repetir, sino también rebelarnos e inventar.
5. Ese ser, centro de todo el mundo
creado, es lo que llevó a los griegos a sentir pasión por lo humano, por sus
capacidades, sus astucias, sus virtudes y su energía constructiva; con razón
escribió Sófocles en una de sus Tragedias “de todas las cosas dignas de
admiración que hay en el mundo, ninguna es tan admirable como el hombre”[6].
6. Partiendo de esta idea fue que los
griegos inventaron la Polis, o comunidad de ciudadanos, regida por la libertad
de los hombres, dando origen a la democracia, donde el principio supremo era la
isonomía, es decir, las mismas leyes que deben regir para todos: pobres o
ricos, hijos de padres humildes o de cuna, tontos o listos. Más tarde los
romanos nos aportaron el derecho, que ha sido la más importante modificación de
la comunidad humana, que son reglas de juego comunes, precisas y públicamente
divulgadas para regular con detalles los intereses de los individuos, sus
conflictos, y que son normativas para el sano convivir.
II. ¿Qué es la política?
7. A más de uno le puede parecer que
hablar de política no debe ser un tema para tratarse en y por la Iglesia,
porque muchos malos políticos se han encargado de despojar la política de su
esencia, haciendo que se le vea en muchos rincones del mundo como sinónimo de
“mentira, engaño, negocio, corrupción, inmoralidad, demagogia y suciedad; ya
que muchos se cubren con el manto de la política para sus intereses egoístas y
bastardos, apostasías y vilezas”, al decir de Emilia Pardo Bazán[7]. Nosotros
los dominicanos no somos una excepción, porque hemos padecido tantos engaños y
frustraciones que hasta hemos empezado a dudar de los hombres y mujeres
(reservas que todos deberíamos admirar) que aún ven la política como un modo de
servir a la patria y que entienden que ese modo de los malos políticos, es la
parte patológica o enfermiza de la política que ha terminado en clientelismo,
olvidando su esencia de ser, ciencia del bien común.
8. La palabra política viene del griego
polis que es igual a ciudad, patria o estado, y significa “el arte de gobernar
la ciudad”; por tanto es la ciencia y el arte de buscar el bien común o bien de
todos. La política pertenece al ámbito de lo público, es decir, de lo que afecta a todos, por eso debe
ejercerse a la vista de todos y en beneficio de todos.
9. El Concilio Vaticano II va justamente
en la misma dirección al decir “que la comunidad política nace para buscar
el bien común, en el que encuentra su
justificación plena y sentido, y del que deriva su legitimidad primigenia y propia”[8].
Recordemos que como decía Maritain: “La persona es un todo, pero no es un todo
cerrado, es un todo abierto, no es un pequeño dios sin puertas ni ventanas como
la mónada de Leibnitz, o un ídolo que no
ve, que no entiende, que no habla. Tiende, por naturaleza, a la vida
social y a la comunión»[9]. Es un “ser social” y como tal, tiene que vivir la
relación con los otros teniendo como parte de su vocación el involucrarse en
esa ciencia y ese arte que se llama política. La dedicación a la misma debe ser
reconocida como una de las más altas posibilidades morales y profesionales del
hombre y la mujer, ya que “es una forma de dar culto al único Dios,
desacralizando y a la vez consagrando el mundo a él”[10];
10. Para nosotros los cristianos, así como
también para los hombres y mujeres de buena voluntad, la política debe ser la
forma de ejercer la virtud de la caridad
y participar en ella no es sólo un derecho, sino también un deber. A
este respeto el teólogo Dominique Marie Chenu afirma que la caridad con el
prójimo no es sólo con las personas individuales, sino con las masas
humanas, en especial con los más
pobres[11].
III. Fe y compromiso político
11. Siguiendo el pensamiento de Chenu sobre la
caridad o amor al prójimo, que es la cumbre y cima de la fe, hay que destacar
que es ésta la que fundamenta, motiva y da sentido al compromiso político. Pero
es bueno aclarar de inmediato, que ni la fe, ni la Biblia, nos dan fórmulas
concretas de política, sino que nos inspiran y nos urgen para el compromiso y
la acción en favor de la justicia, la paz, la convivencia y el desarrollo de
las personas y de los pueblos.
12. Aunque la Biblia no nos ofrece, ni tiene
por qué ofrecernos, algún modelo de organización para la sociedad, a este
respeto siempre serán válidas las palabras de la Conferencia de los Obispos de
Francia, cuando puntualizaba que en ella “aparecen una serie de exigencias
éticas, definidas de forma absolutamente clara; como son: el respeto a los
pobres, la defensa de los débiles, la protección de los extranjeros, la
desconfianza frente a la riqueza, la condena del dominio ejercido por el
dinero, la destrucción de los poderes totalitarios”[12].
13. La fe es un compromiso, una respuesta que
se expresa en la práctica de la justicia, de la solidaridad, del anuncio de la
buena nueva que libera y de la denuncia de cualquier tipo de opresión. Un
cristiano por el hecho de serlo debe comprometerse con la justicia y el
bienestar social; pero sin olvidar que la fe trasciende la política. El
Evangelio ofrece al cristiano criterios de orientación e inspiración para
trabajar en la justicia social y la
dignidad, a favor de las mayorías pobres y necesitadas. Esa participación o
militancia cristiana de los fieles laicos en la vida política exige
preparación, competencia, conocimiento de la realidad social y una
espiritualidad sólida para no buscar sus propios intereses sino el bien de
todos.
14. Cuando el Magisterio de la Iglesia se
pronuncia sobre los principios sociopolíticos, lo hace en función de lo que
puede afectar la dignidad y los derechos de la persona, el sentido de la
existencia humana, y lo hace desde los valores éticos. Es algo indiscutible que
la Iglesia ha llamado frecuentemente a los fieles al compromiso político como
búsqueda del bien común; ahí están por ejemplo las palabras de León XIII que
exhortaba a los fieles diciéndoles: “no querer tomar parte alguna en la vida
pública sería tan reprensible como no querer prestar ayuda al bien común”[13].
Pero la exhortación más contundente y clara acerca del compromiso político de
los cristianos nos lo da el Concilio Vaticano II cuando afirma: “quienes son o
pueden llegar a ser capaces de ejercer ese arte tan difícil y tan noble que es
la política, prepárense para ella y procuren ejercitarla con olvido del propio
interés y de toda ganancia venal. Luchen con integridad moral y con prudencia
contra la injusticia y la opresión, contra la intolerancia y el absolutismo de
un solo hombre o de un solo partido político; conságrense con sinceridad y
rectitud, más aún, con caridad y fortaleza política, al servicio de todos”[14].
15. Ese texto del Concilio Vaticano II
describe perfectamente los criterios que un cristiano debe tener para
incursionar en la vida política: entender que se trata de una vocación o
llamada; hay que prepararse para ejercerla con dignidad y rectitud; debe irse
con una actitud de servicio y con la disponibilidad de luchar contra todo lo
que atenta a la dignidad de la persona humana.
16. Esa participación tiene que darse en
distintos niveles: no todos están llamados a esta noble tarea como vocación u
oficio; es decir, a dedicarse a tiempo completo a ese ministerio; los que están
llamados deben prepararse para ejercer cargos públicos; pero sí, es bueno
hacernos conscientes de que todos estamos llamados al sufragio libre para
elegir a hombres y mujeres serios y responsables que administren con ética y
pulcritud los bienes que pertenecen a todos. Y al mismo tiempo, como
ciudadanos, mantenernos vigilantes para que aquellos a quienes les hemos
delegado la autoridad política la ejerzan apegados a las leyes y a los
principios éticos[15].
17. Está demás decir, que si bien todos hemos
de participar en la vida política, no todos estamos llamados a hacerlo desde la
política partidista. Los miembros jerárquicos de la Iglesia y los consagrados y
consagradas, por su misión evangelizadora y estar llamados a ser signo de
unidad entre los cristianos, habrán de abstenerse de la acción partidaria, no
así el resto de los fieles de la Iglesia.
18. Por otra parte, es bueno advertir y hacer
conscientes a los cristianos que entran a la vida política, que ésta tiene dos
grandes tentaciones:
a) El poder, que siendo un servicio, tiende a
corromper. Si analizamos nuestra vida democrática de los últimos 50 años, nos
daremos cuenta que la corrupción se ha hecho presente en casi todos los
gobiernos que hemos tenido.
b) Los políticos, en las distintas esferas
políticas y sociales, están siempre amenazados por lo que llamamos “la erótica
del poder”; eso quiere decir, que lo que es un medio para servir, se puede
convertir en un fin para provecho personal. Esa tentación ha sido una constante
en casi todos los gobiernos; ahí está el clientelismo político que ha
sustituido la verdadera esencia de lo que debe ser la política como ciencia;
ese espíritu mesiánico que le ha entrado a más de uno, que le lleva a pensar que
“no hay nadie más que pueda sustituirme”, de ahí el fantasma de la reelección y
el consabido derroche de los recursos del Estado para tal fin. Es ese, un
impulso cuasi instintivo de querer perpetuarse en el poder a como dé lugar,
sumándose a lo que decía Sancho antes de empezar a gobernar la Ínsula
Barataria: “es bueno mandar, aunque sea a un hato de ganado”[16].
19. Las tentaciones políticas llevan a
desconocer la relación que debe existir entre la ética y la política; y algunos
lo justifican basándose en el “realismo político” que sostiene que sería
legítimo recurrir a cualquier medio con tal de alcanzar los objetivos fijados;
de ahí la doble moral de muchos que están convencidos que hay una ética
“especial” para la política, distinta a la ética que debe regir a todos;
colocándose por encima del bien y del mal.
Se sienten seguidores de Maquiavelo, quien planteó con la mayor crudeza:
“Por ello es necesario que un Príncipe, que quiere mantenerse aprenda a poder
no ser bueno”[17]. Contra esta mentalidad decía magistralmente el Beato Juan
Pablo II, en el Jubileo con los Gobernantes: “no se puede justificar un
pragmatismo que, también respecto a los valores esenciales y básicos de la vida
social, reduzca la política a pura mediación de los intereses o, aún peor, a
una cuestión de demagogia o de cálculos electorales. Si el derecho no puede y
no debe cubrir todo el ámbito de la ley moral, se debe también recordar que no
puede ir "contra" la ley moral”[18] .
20. Esa manera de concebir la política es muy
grave y penosamente es el principio que norma a muchos políticos, ya que según
estos “el fin justifica los medios”; de ahí que la Iglesia insista tanto a los
cristianos, que deben participar en la vida política, pero hacerlo con
conciencia de ir a servir y a buscar el bien común, respetando los principios y
los valores éticos, de ese modo puedan dar aportes significativos y devolver el
lado positivo a la misma política.
21. Se contribuye también a quitar esa
impresión de que la política es algo sucio y un oficio para los perversos,
echar a un lado lo que dice el filósofo Charles Péguy que “la única manera de
conservar las manos bien limpias es no tener manos”; a lo que responde muy bien
el teólogo Caffarena que “no tener manos es el modo de ser sucio, cómplice por
omisión de toda la suciedad de este mundo”[19].
IV. La política en la Doctrina Social de la
Iglesia
22. La doctrina social de la Iglesia es parte
integrante de la moral social fundamental, de la antropología y de la
concepción cristiana de la vida y de la sociedad, que ayuda a crear la base del
vivir social del ser humano. Esto es así, porque el Magisterio en materia
social contiene “principios, criterios y orientaciones para la acción de los
cristianos en la tarea de transformar el mundo según el plan o proyecto de
Dios”[20]. La Doctrina Social de la Iglesia “mira al ser humano en su situación
histórico – social, cultural y estructural, dando prioridad a las personas
sobre las cosas, a la ética sobre la técnica, al espíritu sobre la materia y al
trabajo sobre el capital”[21].
23. Cuando la Iglesia se pronuncia en asuntos
sociales y políticos, lo hace inspirada en el querer de Dios Padre y de Jesús
el Señor de la historia que reclama justicia y derecho para el prójimo.
24. Hay muchos textos en el Antiguo Testamento
que expresan el querer de Dios que es el amor a los necesitados. El texto por excelencia
y paradigmático es el capítulo 3 del Éxodo, donde Dios escoge a Moisés como
instrumento para liberar a su pueblo, con esas palabras tan claras y precisas
Moisés “he visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra
los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a librarlos…” (Ex
3,7-10). Aquí Dios se revela como el Dios cercano al pobre, el Dios de la
historia, el Dios liberador. El libro del Deuteronomio nos hace ver que el amor
a Dios pasa por el amor al prójimo (Cfr. Deut 24,14-22). El profeta Amós
denuncia el maltrato de los pobres, quienes son víctimas de fuertes cargas
impositivas (Cfr. Am 5,11); por eso arremete contra quienes les exprimen, les
aumentan el precio, les hacen trampa y los compran por dinero (Cfr. Am 8,4).
25. El profeta Isaías de modo semejante dice
que la mayor perversión está en el derecho, que en vez de sancionar las
desigualdades económicas y el robo, lo promueven, porque hacen leyes injustas,
que sólo sirven para expandir el poder y el capital de los poderosos (Cfr. Is
10,1-4).
26. Él lanza un gran anatema o amenaza contra
quienes hacen eso al decir: “Ay de los que decretan leyes injustas…” (Is 10,1)
“de los que por soborno absuelven al culpable y niegan justicia al inocente”
(Is 5,23); y acumulan casas y campos (Cfr. Is 5,8-10); los que banquetean
espléndidamente con el dinero del robo (Cfr. Is 5,11-13); los que roban a los
pobres (Cfr. Is 3,14).
27. Esa radiografía que hace el profeta Isaías
de la realidad de su tiempo, se puede aplicar exactamente a la situación que se
ha venido dando en nuestro país, donde la corrupción ha llegado a niveles nunca
vistos, donde el enriquecimiento con el erario nacional ha sido la constante de
muchos; con un sistema jurídico injusto, amañado y controlado por el poder
clientelar; donde la impunidad está ahí viva y sin guardar ni siquiera la
apariencia; donde la exhibición del botín acumulado se muestra sin ningún
rubor.
28. Jesús no se hace esperar y presenta un
mensaje mucho más radical que el de los profetas, centrando su enseñanza en el
amor a Dios y al prójimo. Comienza su ministerio apelando a Isaías 61,1ss,
donde éste daba las señales precisas de la llegada del Mesías (cfr. Lc
4,17-19), y añade: “hoy se cumple esta profecía que ustedes acaban de escuchar”
(Lc 4,21). Luego indica: “…los ciegos ven, los paralíticos caminan, los
leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena
Noticia es anunciada a los pobres” (Lc 7,22).
29. Para que eso se realice Jesús llamó a
personas humildes y sencillas, como fueron los primeros cuatro discípulos;
igualmente llamó a gente marginada o excluida socialmente como el caso de Leví
o Mateo (Mt 9,9-13; Mc 2,13-17; Lc 5,27-32); fue a comer a casa de Zaqueo (Cfr.
Lc 19,1ss ); perdona a la adúltera (Cfr. Jn 8,1-11); promulgó como única ley,
la ley del amor, que incluye hasta a los enemigos (Cfr. Mt 5,43-45; Lc 6,27).
El Evangelio es muy concreto cuando dice: “el que tenga dos túnicas que las
reparta con el que no tiene, el que tenga para comer que haga lo mismo” (Lc
3,11), y en la primera Carta de San Juan se nos exhorta: “si alguno tiene
bienes de la tierra y ve a su hermano padecer necesidad y le cierra el corazón,
en ese no puede permanecer el amor de Dios” (1 Jn 3,17). Todo eso es expresión
de que el Reino de Dios ha llegado y tiene que hacerse visible en medio de
nuestra sociedad, en cuanto la edifiquemos sobre la justicia y la fraternidad
en vista a vivir en paz.
30. Jesús llamó y llama hoy a un compromiso de
servicio y de solidaridad con los más
pobres y los excluidos de la sociedad, tal como él lo hizo, que llamó a
humildes, a los enfermos, a los sin títulos para elevarlos a la categoría de
hijos de Dios, cuyo valor no está en lo que posean, ni en la escala social que
ocupen, sino en su propia persona. De ahí que el objetivo fundamental de Jesús
es hacer de todos los pueblos y naciones (hombres y mujeres, esclavos y libres,
santos y pecadores) una comunidad de hermanos.
31. Recordemos que la Doctrina Social de la
Iglesia tiene su punto de partida con la Encíclica Rerum Novarum de León XIII,
donde se reflexiona en tres elementos fundamentales: a) La situación calamitosa de la clase obrera, b) El derecho
de la propiedad privada y c) La función del Estado. Esta es como una guía para
el comportamiento y compromiso de los cristianos en todas las cosas referentes
a la cuestión social y política.
32. El punto de partida en el aspecto
doctrinal es valor de la dignidad de la persona humana. El Magisterio de la
Iglesia a la luz de la Revelación nos dice que: “La razón más alta de la
dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde
su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y
simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo
conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando
reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador”[22]. De este
valor surgen dos principios más que son complementarios: el de la Solidaridad y
el de la Subsidiaridad.
33. El principio de la solidaridad tiene el
mismo propósito que la política que es la búsqueda del bien común o bien de los
demás; el bien de todos y de cada uno en particular, porque todos somos
responsables de todos.
34. Es por este principio que la Iglesia se
opone al individualismo ya sea social o político, porque éste niega la esencia
de lo que somos y de lo que debemos ser: seres sociales por excelencia,
llamados a realizarnos y a ayudar a realizar a los demás de una manera digna.
De este principio se derivan dos principios más: el destino universal de los
bienes, que es “el primer principio de ordenamiento ético – social”[23], y la
opción preferencial por los pobres[24]; de este modo la Iglesia evidencia su
preocupación privilegiando a los más pobres, por ser los más vulnerables y los
predilectos del Señor.
35. Con el principio de la Subsidiaridad se
evoca la idea de suplencia, de auxilio y de ayuda. Todo aquel que desea
realizar obras buenas, orientadas al bien común, hay que concederle libertad
para que las realice. Es uno de los principios más importantes de la Doctrina
Social de la Iglesia, hasta fue incorporado en el texto jurídico del Tratado de
Maastricht de la Unión Europea. Su aplicación se da en todos los ámbitos de la
organización social: el económico, el político, el cultural, el educativo, en
la acción social.
36. Esa es una de las razones por la que la
Iglesia en la República Dominicana tiene siete universidades católicas,
cantidad de colegios, politécnicos, escuelas técnicas y parroquiales; cientos
de dispensarios médicos, centros de promoción social, canales de televisión,
emisoras de radio, etc., para ayudar a suplir lo que le corresponde al Estado,
en beneficio de los más necesitados.
37. El Catecismo de la Iglesia Católica lo
describe muy bien al decir “Dios no ha querido retener para él solo el
ejercicio de todos los poderes. Entrega a cada criatura las funciones que es
capaz de ejercer, según las capacidades de su naturaleza. Este modo de gobierno
debe ser imitado en la vida social”[25].
V. El valor de la vida política
38. La política es un valor porque es la
ciencia y el arte del bien común; es el arte de gobernar, de tomar decisiones
que son obligatorias para todos en la búsqueda de lo mejor. Esas decisiones
tienen que ver con bienes materiales y espirituales, con los servicios y los
valores de la libertad, la justicia, la vida, la dignidad y los derechos
fundamentales de la persona humana.
39. La política como ciencia y arte es una
realidad muy compleja y delicada, porque se relaciona con la sociedad y con el
poder; y además, con las decisiones obligatorias, la legitimidad, la autoridad,
los actores individuales, los partidos políticos, los empresarios, los sindicatos,
los líderes de opinión, los profesionales, la sociedad civil, y por supuesto,
los procesos y estructuras de poder.
40. Recordemos que los líderes y los grupos
políticos suelen moverse y actuar guiados por ideas, opiniones, valores,
intereses individuales y grupales, y actitudes o ideologías; que a la vez son
las que definen el tipo de sociedad que buscamos y queremos construir. Estos
pueden ser criterios que pueden ayudar al ciudadano a identificar a los
partidos y a los líderes, para saber así los valores que encarnan para
beneficio de la sociedad.
41. El político que ejerce esa vocación o
ciencia del bien común que se llama la política, necesita dotes, disposiciones
y preparación; ya que ésta se coloca en la confluencia de las distintas ciencias
humanas, tales como la historia, la economía, la sociología y la psicología;
pero necesita también la referencia moral, porque está relacionada con el
quehacer del ser humano, al que tiene que procurar su bienestar y facilitarle
la convivencia y la paz dentro de la sociedad.
42. El político con valores éticos y que de
verdad quiere servir tiene que tener disponibilidad para escuchar a su pueblo,
para comprender bien sus anhelos y así poderlo servir mejor. Es un hombre de
una actitud abierta pero firme, para cumplir las leyes que benefician a la
mayoría y tener firmeza contra todo tipo de corrupción y engaño.
43. No debe tener apego al poder, para no
convertirlo en idolatría en la que prevalezca la vanidad; al contrario debe ser
una persona transparente y coherente que lo que exija sea capaz de vivirlo
primero, porque por ejemplo no se puede pedir austeridad a un pueblo, mientras
él o sus funcionarios dilapiden los dineros del Estado.
44. Es la persona que sabe muy bien que el
poder no es un fin en sí mismo, como piensan algunos, sino un medio para buscar
el bien de la mayoría. Con razón decía el Beato Juan XXIII que “Una sociedad
bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad,
que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su
actividad y sus desvelos al provecho común del país”[26], y continua afirmando:
“La autoridad, sin embargo, no puede considerarse exenta de sometimiento a otra
superior. Más aún, la autoridad consiste en la facultad de mandar según la
recta razón. Por ello, se sigue evidentemente que su fuerza obligatoria procede
del orden moral, que tiene a Dios como primer principio y último fin”[27].
45. El centro de la política y su fundamento
ético es el ser humano: su bien temporal y espiritual, su bienestar material,
su desarrollo cultural, personal y comunitario, porque “el principio, el sujeto
y el fin de todas las instituciones sociales y políticas es y debe ser la
persona humana”[28]; de ahí que sea tan enfático el Concilio Vaticano II al
señalar que “el cristiano tiene el deber de participar en la construcción de la
sociedad temporal y si falta a estas obligaciones falta a sus deberes con el
prójimo”[29].
46. El Beato Papa Juan XXIII, en la misma
Encíclica Pacem in Terris, nos dice que hay cuatro pilares para la vida
democrática, que están basados en el consenso y sobre los valores fundamentales
y el pluralismo, hacia la consecución del bien común, en vista al desarrollo de
la sociedad que son: la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Por eso la
Iglesia hace un llamado ferviente a los fieles cristianos y a todos los hombres
y mujeres de buena voluntad, a insertarse y tomar parte activa en la vida
política, para que ésta no pierda su razón de ser, que es el servicio para el
desarrollo y el progreso de la Nación.
47. A este propósito el Beato Juan Pablo II, en la Homilía del
Jubileo con los políticos, preguntándose cómo los políticos podrían dar
cumplimiento al mandamiento del amor al prójimo, decía: “La respuesta es clara:
viviendo el compromiso político como un servicio. ¡Perspectiva tan obvia como
exigente! Esa no puede, en efecto, reducirse a una reafirmación genérica de
principios o a la declaración de buenas intenciones. El servicio político pasa
a través de un diligente y cotidiano compromiso, que exige una gran competencia
en el desarrollo del propio deber y una moralidad a toda prueba en la gestión
desinteresada y transparente del poder. Por otra parte, la coherencia personal
del político ha de expresarse también en una correcta concepción de la vida
social y política a la que él está llamado a servir”[30].
48. En esa exhortación está sintetizado lo que
debe ser un político con principios y con valores y por supuesto con vocación a
ese ministerio. Debe ser una persona íntegra y formada especialmente en los
valores humanos, para poder resistir las tentaciones del poder y evitar el
pecado de la soberbia, que es pensar en sí, en la propia carrera o en su propio
interés.
VI. Vivencia y testimonio de algunos
políticos
49. La Iglesia, al reconocer la importancia de
la vida política, en su santoral nos presenta más de 33 reyes y gobernantes
(hombres y mujeres) que desde su función pública han alcanzado el honor de los
altares y que son ejemplo por la pulcritud de su vida, por su honradez y por
haber ejercido la autoridad como un servicio al bien común teniendo en cuenta,
especialmente, a los más pobres. Entre estos políticos insignes, por citar a
algunos, hacemos mención de Santa Pulquería, de Turquía, San Segismundo, de
Suiza, Santa Margarita, de Escocia, San Alfredo el Grande, de Inglaterra, San
Henríquez II, de Alemania, Santa Olga, de Ucrania, de Rusia, Santa Adelaida, de
Italia, San Wenceslao, de la República Checa, San Olaf II, de Noruega, San
Canuto IV, de Dinamarca, San Erico IX, de Suecia, San Fernando III de Castilla,
Santa Isabel, de Hungría, San Luis IX, de Francia, Santa Kinga, de Polonia, y
Santa Isabel, de Portugal.
50. Particular mención hacemos de Santo mártir
Tomás Moro, patrón que sirve de inspiración y de paradigma a los políticos; se
trata de un caso preclaro de lo que debe ser una vocación política al servicio
del pueblo. Su testimonio siempre será actual como llamada a servir a los
pobres y a los intereses del pueblo. Participó activamente en la política,
guiado por el principio de equidad. De ahí que ni las riquezas, ni los honores
hicieron mella en él, porque no se dejó seducir por eso, ya que nunca aceptó ir
contra su conciencia, prefiriendo llegar hasta el sacrificio supremo del
martirio con tal de ser fiel a sus principios y valores. Es inspirado en este
santo que el político venezolano Arístides Calvani decía “hay tres cosas que
mueven a la humanidad y tienen que movernos a nosotros: la fe en los hombres y
las mujeres, la esperanza en un mundo mejor y la solidaridad humana”[31].
51. Es bueno destacar también que hay a lo
largo y ancho del planeta una gran cantera de hombres y mujeres que desde la
vocación política han sabido como Tomás Moro, dar lo mejor de sí a la causa de
la justicia y el desarrollo de su pueblo.
52. Hoy como nunca necesitamos políticos de
vocación al estilo de estos casos referenciales que hemos mencionado, que
devuelvan la esencia a la política como ciencia del bien común; que piensen más
en el bienestar de la Nación y no tanto en el poder o en los bienes que éste
puede dar. Que dejen de lado el neoliberalismo con su economía de mercado que
sólo ha servido para excluir a grandes mayorías; que tengan el coraje de
decirle a la gente que a un pueblo sólo lo salva el mismo pueblo, con el orden,
la disciplina y el trabajo. Que ayuden a superar esa mentalidad hedonista,
consumista e individualista; o bien, lo que llamó el Papa Benedicto XVI “la
dictadura del relativismo”[32]; que deja fuera cualquier referencia ética, porque
la única preocupación es el deseo del goce inmediato, el deseo de marca, de
dominio y de poder; dando razón a Mahatma Gandhi[33] cuando decía que el hombre
moderno es presa de los siete pecados sociales: la política sin principios,
negocios sin moral, bienestar o riqueza sin trabajo, educación sin carácter,
ciencia sin humanidad, goce sin responsabilidad y religión sin sacrificio.
Obispos: "Urge aprobación de Ley de Partidos Políticos"; fustigan clientelismo político
Reviewed by Emma Pérez
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febrero 19, 2014
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